viernes, 4 de octubre de 2013

Contribución de Antonio Elizalde para Discusión en Linea Wikiprogress America Latina

Esta contribución de Antonio Elizalde forma parte de la discusión en línea de Wikiprogress América Latina (http://bit.ly/18oXTu4) "Políticas Públicas para el Buen Vivir y el Bienestar"

La linea de la dignidad. 

Los avances hacia la Línea de Dignidad
En el ámbito del Programa Cono Sur Sustentable, los proyectos Brasil, Chile y Uruguay Sustentable presentaron hacia fines de los años 90, la propuesta de realización de un conjunto de estudios buscando la construcción de un sistema de indicadores al cual se denominó Línea de Dignidad. El esfuerzo mencionado se tradujo en la publicación de varios documentos que surgieron como resultado de esa iniciativa. 
Dicha propuesta surgió de constatar que para avanzar hacia sociedades sustentables es necesario implementar criterios para la sustentabilidad social, política y ambiental. Si bien diversos actores estaban desarrollando esfuerzos para identificar los aspectos o dimensiones vinculados a la sustentabilidad ambiental, aún existía una notable ausencia de avances en lo referido a la dimensión social y política de la sustentabilidad. 
Este trabajo se concentró en definir los conceptos tradicionales de equidad, pobreza y distribución del ingreso apuntando a establecer criterios para la definición de una nueva línea de base para una vida digna, para proveer orientaciones a las políticas públicas sociales que apuntaran más allá de la mera subsistencia física de modo de garantizar así la satisfacción de las necesidades humanas de una manera integral, incluyendo entonces el ejercicio de los derechos humanos, económicos, sociales, políticos, culturales y ambientales. 
Su objetivo es trascender los límites de los indicadores normalmente en uso. La Línea de Dignidad debe ser capaz de medir la transformación política, el cambio de paradigmas, la construcción de ciudadanía. Aún partiendo también de discusiones ligadas a los conceptos de calidad de vida, se pretende ir más allá, agregando un sistema de indicadores cualitativos y cuantitativos, que constituyan la ética y la cultura de la equidad como regla primordial. 
En verdad, al asumir las cuestiones ética y cultural para la Línea de Dignidad, se hace eso (1) presuponiendo una faja de exigencias, que comprende derechos, responsabilidades y deberes, a ser obedecida y respetada por todos; y (2) asumiendo un cambio necesario en los patrones de consumo hegemónicos en nuestra sociedad. Eso nos impone la necesidad de transformaciones radicales, en los hábitos de los que todos pueden y en las aspiraciones de aquellos a los cuales sólo les es dado soñar. 
La profundización del tema requiere responder a un desafío de orden práctico: ¿cómo establecer, “objetivamente”, lo que es entendido como dignidad por aquellos que podemos caracterizar como “desposeídos”? ¿O –más aún- por aquellos que son tornados “invisibles” por el modelo político vigente? Ante un desafío que trasciende la mera cuantificación de las necesidades objetivas dictadas por la sobrevivencia o, incluso, un cotidiano con un mínimo de tiempo libre, ¿cómo establecer ese carácter cualitativo de lo que es digno?” (Pacheco y Jaque en Pacheco, 2005: 7-8) 
La Línea de Dignidad es aquella en que antes que nada, se puede levantar la cabeza y eso no es algo fácil de medir. La dignidad se mide en poder decir que se es ciudadano. Entonces no necesariamente se mide por tener cosas, se mide por tener el poder de esa ciudadanía. Es la conquista de una conciencia respecto a la dignidad propia de todo ser humano. 
Para operacionalizar esta propuesta conceptual se tomó como base el análisis de los parámetros línea de pobreza y salario mínimo en Brasil, Chile y Argentina, y se hizo evidente la necesidad de reformular los salarios mínimos nacionales para incorporar la satisfacción de las necesidades humanas y el ejercicio de derechos sociales, culturales y políticos; y así fijar en esos nuevos parámetros a una primera aproximación a los ingresos mínimos que permitirían asegurar una vida digna. 
La Línea de Dignidad constituye una propuesta conceptual en proceso de elaboración, para integrar variables transversales de sustentabilidad social, ambiental, económica y política en la política pública; y enriquecer su potencial como indicador de sustentabilidad. Su objetivo es aportar al debate y las negociaciones sobre la sustentabilidad socio-ambiental a nivel local, nacional e internacional. 

En la perspectiva de una ciencia de la dignidad humana
Entre los desafíos que explicita la Línea de Dignidad en su actual estado de formulación se cuentan: a) la necesidad de repensar las necesidades humanas y revertir las tendencias de crecimiento económico y consumo sostenido; b) desmaterializar las concepciones de bienestar del Norte y el imaginario de consumo del Sur; c) reclamar los derechos al consumo básico; y d) cuestionar las bases de cómo se articula la distribución de bienes y beneficios del desarrollo a nivel nacional e internacional. 
El concepto de Línea de Dignidad contribuiría en el avance de la lucha de los movimientos sociales. Al permitir que: a) pueda establecer los objetivos de la política social en un nivel superior en términos cualitativos y cuantitativos, al de la simple superación de la situación social definida por los conceptos autocomplacientes y discriminatorios de línea de miseria y línea de pobreza; b) pueda poner los objetivos de la política social en un horizonte amplio que supera los criterios meramente cuantitativos y minimalistas del salario mínimo y de la canasta básica; c) ayudar a superar el esquematismo y la uniformidad de las políticas sociales, al poseer gran flexibilidad y diversidad para la aplicación política y de ayuda para la formulación de demandas concretas; d) colocar el tema ético de la dignidad como un objetivo estructural para el conjunto de la sociedad, permitiendo cuestionar no sólo el piso de renta en la sociedad, la capacidad mínima para vivir, como ocurre en la mayor parte del debate sobre política social, sino también el techo, o sea, el sobre-consumo descontrolado y egoísta de una elite minoritaria. En otras palabras, la indignidad está no sólo en la imposibilidad de tener condiciones básicas para vivir con decencia, sino también en el desperdicio ostentoso de una minoría que, al producir y reproducir una gran concentración en la distribución de los recursos naturales finitos, impide que el conjunto de la sociedad pueda vivir una vida digna; e) posibilitar asimismo establecer un horizonte redistributivo que haga posible iniciar un debate ciudadano respecto a temas como: los límites, los umbrales, la mesura, la justicia social y ambiental, y los valores en torno a los cuales organizar los esfuerzos individuales y colectivos en pos de la sustentabilidad de nuestras sociedades. 
Para avanzar en esta perspectiva, creo necesario presentar esquemáticamente el modelo teórico que diseñamos con Max-Neef, Hopenhayn y otros investigadores, hace ya casi tres décadas . Allí cuestionamos el concepto de necesidad asociado al modelo de “desarrollo” imperante, entendido como crecimiento sostenido y tributario de un sistema de creencias anclado en la Ideología del Progreso. La necesidad, entendida como análoga al deseo y que tiene un carácter de infinitud que se retroalimenta a sí misma, ya que por cada necesidad satisfecha surgirán muchas otras necesidades que será necesario satisfacer. Dando así origen a una concepción económica orientada a la satisfacción de las necesidades humanas, como un sistema en permanente crecimiento, y que por tal razón es funcional al crecimiento. Es casi inconcebible para un economista pensar, por ejemplo, en el crecimiento cero. Casi toda la reflexión económica está organizada en torno al crecimiento. 
Contrariamente, se puede concebir la necesidad humana como algo asociado a nuestra naturaleza como entes vivos, constitutiva de nuestra biología y psicología, ese ámbito físico - neuro - psicológico donde se encuentra radicado aquello que pensamos como la “vida humana”. Así apreciamos la existencia de una naturaleza humana, que en lo sustantivo, ha permanecido inalterable a lo largo de la historia y a lo ancho de las culturas. Por lo tanto, existen necesidades humanas universales para el conjunto de aquellos que reconocemos como seres humanos, que corresponden directamente con lo que llamamos Derechos Humanos, reconocidos para toda la humanidad. 
Aquí surge la necesidad de un nuevo concepto que dé cuenta de la dimensión aparentemente cambiante de la necesidad. A ello hemos denominado "satisfactores", en nuestra teoría de las necesidades. Son éstos los que cambian de cultura en cultura, de sociedad en sociedad, de pueblo en pueblo. Cada comunidad comparte un conjunto de satisfactores propios y específicos, que incluso la diferencian de otra. 
El "Desarrollo a Escala Humana", publicado en 1986, contiene la propuesta de una teoría de las necesidades humanas fundamentales y una concepción del desarrollo que rompe radicalmente con las visiones dominantes que lo hacen análogo al crecimiento económico. Planteamos la existencia de un sistema conformado por la interacción de tres subsistemas, donde cada uno juega un rol: el subsistema de las necesidades, el subsistema de los satisfactores y el subsistema de los bienes. 
En "Desarrollo a Escala humana" proponemos que las necesidades son pocas, finitas y consecuentemente, clasificables. A nuestro entender, existen nueve necesidades humanas fundamentales: subsistencia, protección, afecto, entendimiento, creación, participación, ocio, identidad y libertad. Cada una de estas necesidades fundamentales es a su vez un subsistema dentro del subsistema de las necesidades humanas fundamentales. 
Esta definición de necesidades constituye un nuevo esfuerzo por cartografiar aquello que hemos llamado con distintas denominaciones: mente, espíritu, psiquis, alma, interioridad, aparato psíquico, entre muchas otras. El aporte de esta elaboración consiste en que identifica y denomina vivencias humanas tan compartidas y evidentes en sí mismas que ni siquiera requieren una definición, y además las organiza conceptualmente con una mirada sistémica, entendiéndolas no sólo por su carácter de carencias o privaciones, sino también en su dimensión de potencialidades para el despliegue de la vida. Es la propia necesidad la que nos empuja a satisfacerla, y para ello desplegamos nuestro existir individual y social. De allí se deriva que la satisfacción de las necesidades humanas no es la meta, sino el motor de los procesos de desarrollo y evolución humana. 
Esta simple distinción introduce un quiebre con toda una tradición intelectual, e incluso ideológica, que ha tendido a ver a las necesidades humanas exclusivamente como una limitación o un obstáculo, ya sea como consecuencia de un castigo divino o extranatural, como resultado de dotaciones genéticas diferenciales, como producto de una evolución histórica y cultural ajena a nuestro propio actuar, desconociendo así su naturaleza dialéctica y contradictoria y el enorme potencial transformador contenido en ellas. 
Las nueve necesidades identificadas tienen un rango, un estatuto ontológico, similar. No hay ninguna necesidad de menor categoría que otras. Conforman un sistema y están profundamente imbricadas unas con otras constituyendo lo que podríamos llamar la naturaleza humana, en forma análoga a los sistemas o subsistemas que conforman nuestro organismo biológico como seres vivos. Existe una permanente retroalimentación entre ellas y operan tanto como potenciadores o como limitantes unas de las otras, dependiendo del contexto que se viva. De la misma manera que es imposible determinar si es más importante para nuestro operar biológico el sistema cardiorrespiratorio o el sistema gastrointestinal ocurre algo parecido con las necesidades. Al contrario de la visión dominante, que nos ha hecho creer que la necesidad fundamental es la necesidad de subsistencia, nuestra propuesta no plantea jerarquías dentro del sistema. Todas las necesidades tienen una importancia similar. 
Las necesidades humanas fundamentales son iguales para todos e iguales en importancia. De ser así deberemos cambiar el concepto de pobreza y también el de riqueza, porque en la visión tradicional, la pobreza está asociada exclusivamente a ausencia de subsistencia, vale decir de pan, techo y abrigo. En nuestra concepción para todas las necesidades existe un umbral pre-sistémico. La carencia o ausencia en cualquiera de ellas, más allá de un cierto umbral, puede conducir al desmoronamiento del sistema de necesidades y consecuentemente de la vida. La gente se muere no solamente de hambre sino que se muere también por falta de afecto o por carencia de identidad. De allí que sea necesario, entonces, hablar de pobrezas y de riquezas. 
Determinar cuales son las riquezas deseables y las pobrezas prioritarias de resolver, para asegurar el futuro a las generaciones actuales y venideras, debería ser la principal tarea del debate ciudadano en torno a las políticas públicas. Y la Línea de Dignidad puede ser un adecuado instrumento para realizar esta imprescindible tarea. 

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Antonio Elizalde

jueves, 3 de octubre de 2013

Contribución de ImaginaMexico para Discusión en Linea Wikiprogress America Latina

Esta contribución de José Luis Chicoma y Ana Lucía Dávila forma parte de la discusión en línea de Wikiprogress América Latina (http://bit.ly/18oXTu4) "Políticas Públicas para el Buen Vivir y el Bienestar"

Enfoque del Bienestar Subjetivo:Una luz para las políticas del buen vivir y el bienestar. 

Una de las razones que ha hecho cada vez más cuestionable la utilidad de los indicadores económicos como indicadores de bienestar y progreso, de acuerdo con las líneas de Rojas que abren el tema de discusión, es la distancia entre la percepción que los políticos tienen de sus logros -beneficios para la ciudadanía- y la que los ciudadanos se forman. Éste es un punto que raramente se toca. Dicha distancia se debe a que el bienestar, y en última instancia el progreso, es muy frecuentemente entendido a partir de una concepción parcial del bienestar humano. 
Sin duda, el bienestar no es una estructura hueca, pero cabe aclarar que tampoco es multidimensional, como suele afirmarse: no tiene múltiples dimensiones: lo que tiene son muchos factores que lo explican. Hay factores o componentes emotivos y factores cognitivos; hay factores del entorno y factores más intrínsecos a las personas, por poner algunos grandes grupos. Así, cualquier política o acción de la que el gobierno sea responsable y que tenga consecuencias (externalidades, dirán los economistas) en alguno de los muchos factores que influyen en el bienestar lógicamente lo alterará. 
De ahí que cuando el gobierno obtiene logros de acuerdo con las metas que se fija, pero descuida (o más grave: desconoce) el efecto de dichos logros sobre otros aspectos de la vida de las personas -efecto no contemplado en la metas que se fijó- la percepción que éstas tienen de tales logros dista de la que el gobierno se formó. Esta distancia se hace evidente cuando cruzamos los datos que muestran la consecución de los logros con los datos de bienestar subjetivo; es decir, cuando vemos que el bienestar reportado por las personas diverge del bienestar que los funcionarios públicos creen haber generado con sus logros. 
Un ejemplo más o menos reciente y muy claro lo encontramos en Chile. Durante la década de los 90 y parte de la de 2000, las políticas de Chile lo convirtieron en el país con la tasa de crecimiento económico más alta de América Latina, logro en el que los funcionarios chilenos no dudaron apoyarse para enarbolar la bandera del progreso nacional. Sin embargo, el bienestar que los chilenos reportaron en esos años estuvo entre los más bajos de Latinoamérica (Rojas, 2012): claramente hubo una distancia entre la percepción que los ciudadanos tenían de su bienestar y el bienestar que las autoridades aseguraban haber generado. Por esta misma razón, el bienestar reportado por las personas -bienestar subjetivo- permite no sólo evaluar el desempeño de los gobiernos, sino que ayuda a predecir la victoria de los partidos políticos en las elecciones: el bienestar subjetivo mantiene una relación positiva y fuerte con la probabilidad de victoria del oficialismo (Martínez-Bravo, de próxima aparición). Esto es, mayores niveles promedio de satisfacción de vida de la población hacen más probable que el partido oficial vuelva a ganar las elecciones presidenciales. En suma, concebir al bienestar humano de una manera incompleta –es decir, no concebirlo holísticamente- impide que se logre el impacto esperado en el bienestar de la población y, consecuentemente, que haya una distancia entre el bienestar percibido por la gente y el que los gobernantes creen haber generado. Una consecuencia de ello es que el día de los comicios los ciudadanos castigan a sus gobernantes –concretamente, al partido que representan- emitiendo un voto en su contra. 
La implicación de todo esto es clara: las políticas públicas deberían diseñarse con base en la información sobre bienestar subjetivo, es decir, con base en una concepción holística -y no parcial- del bienestar, no sólo porque así se incide verdaderamente en el bienestar de la población, que es lo que a todos nos interesa, sino porque los políticos incrementan su probabilidad de permanecer en el poder, que es lo que a ellos les interesa. 
Por lo anterior, toda política pública para el buen vivir y el bienestar debe necesariamente superar el enfoque que prioriza la acumulación de riqueza y adoptar uno menos acotado que vea por otros aspectos relevantes de la calidad de vida de las personas. Uno que al buscar mejorar un aspecto de la vida de las personas (frecuentemente el económico) no descuide otros factores fundamentales del bienestar: que no cause estragos en su salud; que no inhiba la experiencia de emociones positivas como el entusiasmo, la alegría o el cariño, y que no propicie la experiencia de emociones negativas como la angustia, el enojo o la tristeza; que no deteriore las relaciones humanas (las relaciones con la familia y los conocidos); que no disminuya la disponibilidad del tiempo libre y su uso gratificante (el tiempo para convivir con los seres queridos y para dedicarlo a uno mismo en pasatiempos y actividades recreativas). No hacerlo puede ocasionar que millones de personas terminen menos satisfechas con su vida, aun cuando las metas se hayan cumplido -pues son metas, vale la pena insistir, planteadas a partir de un enfoque incompleto del bienestar. Se ha encontrado, por ejemplo, que las reformas pro-mercado adoptadas a principio de los 80 por varios países latinoamericanos han tenido un efecto negativo, o nulo en el mejor de los casos, sobre el bienestar subjetivo (Rojas, 2010). La explicación radica en las exigencias tanto mentales como físicas que impone una economía orientada por la competencia de mercado y en el hecho de enfrentar, bajo una economía de este tipo, aspiraciones siempre lejanas y crecientes, lo que va en detrimento la salud, del componente afectivo –emociones- del bienestar y de la disponibilidad de tiempo. Para abonar a esta explicación, también se ha mostrado convincentemente que las políticas de las economías de mercado deterioran las relaciones con los amigos y la vida familiar (Lane, 2000). 
Urge incorporar el enfoque del bienestar subjetivo al análisis, diseño y evaluación de políticas públicas que busquen incidir en el bienestar y buen vivir de la población. Es importante tener en cuenta que las políticas públicas alcanzan ámbitos de la vida de las personas que van más allá de aquellos a los que buscan atender explícitamente. Por ello, adoptar el enfoque del bienestar subjetivo –el cual concibe al bienestar humano holísticamente y no lo desagrega en partes- arroja luz sobre los resultados finales de las políticas públicas en el bienestar de la población. 
En suma, concebir incompletamente al bienestar es lo que produce la distancia entre la percepción que los políticos se forman del bienestar de las personas y la percepción que éstas tienen, y esta distancia será insalvable toda vez que el bienestar se siga entendiendo en términos acotados; toda vez que continuemos descomponiendo el bienestar y enfocándonos en sólo algunos componentes (como el económico y el de la salud, por ejemplo) de dicha descomposición a la hora de diseñar e instrumentar políticas públicas para el buen vivir.


Lane, R. (2000). The Loss of Happiness in Market Democracies, University Press, Yale, New Heaven. 
Martínez-Bravo, I. (de próxima aparición). The Usefulness of Subjective Well-being to Predict Electoral Results, en Handbook of Happiness Research in Latin America. 
Rojas, M. (2012). El Bienestar Subjetivo en América Latina, en M. Puchet, M. Rojas, R. Salazar, F. Valdés y G. Valenti, América latina en los Albores del Siglo XXI: Política, Sociedad y Economía, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, México. Rojas, M. (2010). The Relevance of Measuring Happiness: Choosing between De- velopment Paths in Latin America, International Social Science Journal. 

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martes, 1 de octubre de 2013

Contribución del Dr. Emilio Moyano-Díaz para Discusión en Linea Wikiprogress America Latina

Esta contribución del Dr. Emilio Moyano-Díaz forma parte de la discusión en línea de Wikiprogress América Latina (http://bit.ly/18oXTu4) "Políticas Públicas para el Buen Vivir y el Bienestar"

Políticas Públicas para El Buen Vivir y el Bienestar. 

¿Existe la necesidad en América Latina de evaluar el desempeño social con indicadores que van más allá del Producto Interno Bruto y su tasa de crecimiento? 
Sí. La necesidad existe. Sin embargo, hay amplios sectores ciudadanos que educar respecto de ello, ya que desde antiguo ha sido instalada en la representación social acerca del desarrollo de las naciones la idea que es el crecimiento económico e indicadores tales que el PIB lo que marcaría ‘evidencia‘ de cuál es el estado del desarrollo. Más aún, parece considerarse que se trata de una dimensión e indicador únicos o inevitables. Quienes están en las ciencias sociales distintas a la economía trabajando en temas de marginalidad, exclusión, desigualdad, pobreza, minorías, pueblos originarios, género, empoderamiento, emprendimiento, menores en conflicto con la justicia, criminalidad, ó en salud pública -depresión, accidentalidad, enfermedades cardiovasculares- etcétera conocen la importancia que indicadores propios de estos temas sean –de algún modo- incorporados al análisis del desarrollo o progreso social de la sociedad.

Si es así, ¿Qué otros indicadores deberíamos tomar en cuenta para evaluar el progreso social y el bienestar de los habitantes? 
Indicadores adicionales de tomar en cuenta podrían ser clasificados en dos tipos, aquellos indicadores que dan cuenta de lo ‘indeseable’ o de lo que habría que eliminar o intentar eliminar de la sociedad, y aquellos que dan cuenta de lo deseable, de lo aspiracional. Entre los primeros y a modo de ejemplo se puede identificar, i) tasa de suicidio, ii) tasa de depresión, iii) tasa de mortalidad de tránsito, tasa de mortalidad por enfermedad cardiovascular. Entre los del segundo tipo se podría incluir: a) nivel de satisfacción por ámbitos –trabajo, familia, amigos, ocio-, bienestar psicológico, felicidad.

¿Qué consecuencias tiene esto para las políticas públicas, programas sociales, y estrategias de desarrollo que se llevan a cabo en América Latina? En primer lugar se requeriría incorporar entre los elaboradores de política a especialistas en los temas a los que refieren los dos tipos de indicadores, es decir, la constitución de equipos multidisciplinarios de científicos sociales con dinámica de trabajo horizontal. 
La incorporación de distintos especialistas en ciencias sociales –psicólogos, asistentes sociales, sociólogos, antropólogos y similares, además de economistas- permite ampliar la perspectiva hacia la identificación de temas de desarrollo social propios de la época y el subsecuente encuentro o construcción de otros indicadores. Tal vez pueda así reunirse evidencia suficiente como para dirigirse a la construcción de políticas públicas que estén enfocadas al desarrollo de las potencialidades o virtudes psicológicas de las personas a las cuales las políticas estarán dirigidas. 
En segundo lugar, la incorporación de nuevos temas permitirá redefinir objetivos de política y así, la generación de programas que respondan a las nuevas realidades de la sociedad contemporánea y la diversidad.

¿Qué consecuencias tiene esto para las políticas públicas, programas sociales, y estrategias de desarrollo que se llevan a cabo en América Latina? 
Ignoro si en América latina hay ejemplos de política pública que consideren el bienestar y felicidad de los habitantes. Se asume que toda política va dirigida al bienestar de las personas pero parece haber abundantes resultados paradójicos que des-confirman este propósito y que ponen en evidencia resultados de profundo malestar, insatisfacción e infelicidad. 
En Chile dos casos relativamente recientes han sido el de la política educacional que después de su imposición por parte de la dictadura militar y ‘optimización’ de parte de sucesivos gobiernos democráticos democratacristianos o social demócratas post-dictadura ha estallado -en 2011- en manifestaciones callejeras estudiantiles inicialmente y con apoyo ciudadano después. En otro ámbito, el del transporte público, la elaboración de un programa de transporte ´moderno´ para la ciudad de Santiago, denominado ‘Transantiago’ y su implementación en 2006 provocó consecuencias (‘externalidades’) dramáticas en pérdida de trabajos, porque las personas no podían llegar a la hora requerida a sus trabajos, reorganización familiar para posibilitar que las mujeres, especialmente las más jóvenes, pudieran ser acompañadas para acceder -o regresar- desde lejanos paraderos de buses a sus casas, con menos vulnerabilidad a asaltos o ataques delictivo. También se ha observado –hasta hoy- evasión de pago del pasaje, y acciones de mayor violencia como golpizas a choferes de los buses, incendio de buses, etcétera, todo lo cual son indicadores ‘naturales’ de profundo malestar, insatisfacción e infelicidad.

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Dr. Emilio Moyano-Díaz
Inv. Responsable Programa de Investigación
Calidad de Vida y Ambientes Saludables
Facultad de Psicología
Universidad de Talca