Blogpost para la discusión en línea EL
PAPEL DE LA CIENCIA Y TECNOLOGIA PARA EL BIENESTAR
Desde
la rueda y el arado, pasando por la observación del cosmos y la comprensión de
la evolución de las especies, la humanidad ha hecho de la tecnología y la
construcción de conocimiento científico la base del progreso social y del
bienestar individual y colectivo. Aún a pesar de los perjuicios que han traído
consigo los usos y abusos de la ciencia y la tecnología (destacadamente en los
conflictos bélicos y en los efectos de la tecnología en el medio ambiente),
sería imposible explicar el bienestar de las personas y el progreso de las
sociedades en la actualidad sin el desarrollo del conocimiento científico y
tecnológico acumulado durante siglos.
Quizá
por esa doble faceta, al tiempo benéfica y amenazante, de la ciencia y la
tecnología (que por cierto dice más de la humanidad que de los avances científicos
y tecnológicos en sí mismos) en regiones como América Latina no es del todo
claro cuál es el bienestar que reportan dichos avances. Basta mirar algunas
cifras para conocer la magnitud de esta percepción. Según la Encuesta Mundial
de Valores, sólo 14% de la población en Uruguay y 30% de la población mexicana
(cercana a la proporción de los chilenos, con 29%) están completamente de
acuerdo en que la ciencia y la tecnología harán que nuestras vidas sean más saludables,
fáciles y cómodas. Los porcentajes de la población que tienen la misma
percepción en Brasil, Chile, Colombia o Perú oscilan entre 17% y 29%. A pesar
las vacunas, los transportes y la electricidad, por mencionar algunos ejemplos,
sólo una de cada tres personas, o menos, en los países latinoamericanos
mencionados, cree, sin lugar a duda, que la ciencia y la tecnología contribuyen
a la calidad de vida y el bienestar.
A
la luz de nuestra convivencia cotidiana, a veces al extremo de hacernos dependientes,
con la tecnología y el conocimiento científico que la soporta, parece
contradictorio que entre 17% y 19% de la población en Argentina, México y Perú
consideren que el mundo está mucho peor debido a la ciencia y la tecnología—los
porcentajes en países como Brasil, Chile y Colombia y Uruguay se ubican en
alrededor de 10%. En el otro extremo, aquellos que piensan que la ciencia y la
tecnología ha hecho del mundo un mejor lugar, no representa más de 20% en
algunos países de América Latina, como México o Brasil, e incluso se ubica en
niveles de apenas 6% en naciones como Uruguay—en Perú, Colombia, Chile y
Argentina, sólo 9%-15% de la población cree que el mundo es mejor gracias a la
ciencia y la tecnología.
En
una población como la latinoamericana, donde la religión es un tamiz para
comprender el mundo (aunque cada vez menos), quizá no extrañe que entre 42% y
48% de la población de algunos países, como México, Chile y Colombia, crean que
dependemos demasiado de la ciencia y no lo suficiente en la fe. Con excepción
de Brasil, donde 9% comparte esta opinión, la percepción no es demasiado
distante de esa valoración en países como Perú y Uruguay (ambos con 27% de la
población que considera que dependemos mucho de la ciencia y poco en la fe).
Extraigo
al menos dos reflexiones a partir de estas cifras, con el fin de dar un
contexto y contribuir al debate sobre el papel de la ciencia y la tecnología
para el bienestar, tema del debate virtual abierto por Wikiprogress América
Latina. En primer lugar, para que redunde en el mayor bienestar para el mayor
número de personas posibles (como lo hubiera querido Jeremy Bentham) el desarrollo
y uso del conocimiento científico y tecnológico debe hacer explícito sus fines
respecto del impacto esperado, tanto positivo como perjudicial, en el progreso
y bienestar de las personas y las sociedades. No se trata de apoyar o reconocer
sólo a aquellas investigaciones y desarrollos que busquen el bienestar social,
en perjuicio de investigaciones con escaso beneficio aparente o de alto riesgo
pero de similar beneficio potencial. Más bien se trata de que en cada
desarrollo científico y tecnológico que se emprenda se tenga claro, y se haga
público, el beneficio que su éxito puede tener y los daños que puede provocar,
en individuos, grupos y sociedades. Quizá esta no sea una forma de vacunar a la
ciencia y la tecnología de sus usos potencialmente perjudiciales, pero puede
contribuir a anticipar algunos de sus efectos dañinos y a orientar su
desarrollo hacia el bienestar de la población.
En
segundo lugar, el trabajo sobre divulgación de la ciencia y la tecnología
parece fundamental. Es clave ayudar a comprender a la población la importancia
de la ciencia y la tecnología en sus vidas, más allá de los teléfonos
inteligentes, las apps o las tabletas
de última generación. La divulgación de la ciencia y la tecnología tiene un
papel clave para contribuir a que las personas piensen y se comporten de forma
lógica y ordenada, a partir de sucesos observables y con pensamiento crítico,
lo que reduce las posibilidades de estar menos sujetas a ser víctimas del
pensamiento mágico o de argumentaciones sin fundamentación.
Por
último, dado el proceso colectivo que supone el desarrollo de la ciencia y
tecnología y sus efectos en la sociedad, a través de generaciones, convendría
deliberar, de nueva cuenta, en qué contextos y circunstancias la ciencia y la
tecnología debe considerarse un bien público de facto, y por tanto hacer que sus efectos benéficos sean lo más
accesible posible a la población.
Las
cifras estadísticas provienen de la Encuesta Mundial de Valores, 5ª ola
(2005-2009): www.worldvaluessurvey.org/WVSOnline.jsp
Roberto
Castellanos Cereceda.
Me parece que el gran problema de la ciencia y tecnologia es la ausencia de un proceso de inclusión social y economica. El ejemplo mas claro de esto de la biotecnologia agrícola que está alejando a los campesinos de seguir implementando sus estrategias de diversificación productiva, seguridad alimentaria y proteccion a los ecosistemas. De manera parecida es el problema de la gestión del agua que enfrenta el derecho humano al agua a las 'exigencias' mercantiles para fines productivos (e.g. mineria) donde los usuarios han negado proteger la cantidad y calidad de sus fuentes --- Podría seguir, pero ...
ResponderEliminarDavid Barkin, gracias por el comentario. Sin duda el tema de la inclusión es un asunto clave para comprender nuestra relación con la ciencia y la tecnología. Es probable que las reservas que la población de AL manifiesta en torno a los beneficios y potencial de la CyT se expliquen en alguna proporción gracias a los casos de exclusión tanto en el acceso como en la distribución de los beneficios del conocimiento científico y tecnológico. Pero me atrevería a señalar, como lo sugiero en el texto, que habría que distinguir, en la medida de lo posible, entre el desarrollo mismo de la ciencia y la tecnología, y sus usos y aplicaciones concretos. Sólo por poner un ejemplo, sabemos del potencial y de los beneficios sociales, políticos y económicos que puede tener el Internet, pero éstos serán siempre limitados y pueden agudizar las desigualdades si se mantienen brechas de acceso como las que existen en México, donde sólo 45 millones de personas, menos de la mitad de la población (de más de 110 millones) tiene acceso a Internet. Y esto es sólo el acceso, sin considerar la calidad del servicio o sus costos.
ResponderEliminarCreo que distinguir entre el conocimiento científico y la tecnología, por un lado, y sus usos y aplicaciones por el otro, permite identificar que los primeros no derivan automáticamente en los segundos. Al mismo tiempo, un poco como creo que se sugiere en tu breve comentario, hay que evaluar cuándo conviene usar qué mecanismos para el acceso y la distribución de los beneficios de la ciencia y la tecnología. No siempre el mercado es la respuesta, así como tampoco creo que el Estado sea siempre la mejor apuesta. En este tema, como en tantos otros, es difícil aplicar un enfoque de "one size-fits all". Por lo mismo, el reto es mayúsculo para la política publica, más adepta aún, me parece, al análisis de promedios y a la lógica del "agente representativo".