domingo, 2 de octubre de 2011

Los ricos: invisibles en las encuestas de hogares de América Latina

Los ricos: invisibles en las encuestas de hogares de América Latina
Nora Lustig[1]
WPAL, 26 de agosto, 2011
Durante los últimos quince años, ha habido una gran mejora en la disponibilidad y calidad de las encuestas de hogares, la principal fuente de información para analizar la evolución de la desigualdad y la pobreza en América Latina. Sin embargo, subsisten algunos problemas de importancia. Por ejemplo, hay países donde las encuestas se levantan con muy poca frecuencia, otros en donde por diseño muestral y/o cuestionario no son comparables y algunos aún no cubren zonas rurales. También es un problema que una gran parte de los países no levante encuestas de hogares con datos sobre consumo, tanto para medir el bienestar, como para analizar el impacto de impuestos y subsidios indirectos sobre los hogares. Asimismo, en muchas encuestas aun no se captan los impuestos directos y las contribuciones a la seguridad social y las transferencias gubernamentales directas no se identifican como un ingreso específico por separado aún para los programas de mayor importancia.
Todo esto representa un serio problema para analizar con rigor la pobreza y la desigualdad y el impacto de las finanzas públicas en su evolución. Sin embargo, tal vez la peor limitación para medir cabalmente la desigualdad en la distribución de ingresos es la tremenda sub-captación de los hogares más ricos que presentan las encuestas de la región. Si bien no se cuenta con una estimación sistemática del orden de magnitud de la subestimación de lo que ocurre en el tope distributivo, algunas cifras son muy ilustrativas.
Con base en los reportes sobre riqueza en América Latina de Merril Lynch, se estima que en la región hay aproximadamente 400.000 individuos con una riqueza promedio de 15,5 millones de dólares. Si suponemos que dicha riqueza puede obtener lo equivalente al retorno promedio esperado en tiempos normales (o sea, de un 5 por ciento anual), el ingreso mensual promedio de estos individuos sería de alrededor de 65.000 dólares. Sin embargo, en las encuestas de Argentina, Brasil, México y Perú, el ingreso promedio mensual de los dos hogares más ricos en 2006 (o sea, antes de la crisis financiera global para que no hubiera un sesgo hacia la baja) fue de igual a 14.800, 70.400, 43.100 y 17.600 dólares, respectivamente. Aun en el caso de Brasil, el más alto, se trata del ingreso total a nivel de hogar mientras que la cifra anterior se refiere al ingreso por individuo derivado de inversiones únicamente. La situación se vuelve más dispar cuando se contempla solamente a los individuos que Merrill Lynch llama los ultra-ricos (los que tienen más de 30 millones de dólares en activos). Para ellos, el ingreso mensual sería de 2 millones de dólares.
Para el Gran Buenos Aires, Facundo Alvaredo (2010) ha estimado cuánto cambiaría el Gini de incluirse a los hogares ricos con base en la información de las declaraciones impositivas (misma que también puede considerarse una subestimación dada la evasión fiscal propia de América Latina). Se encontró que el ingreso reportado por el 0,1 por ciento más rico en la encuesta es 20 veces menor que el reportado en las bases de datos con información de las declaraciones de impuestos y que el Gini sería 5 puntos porcentuales mayor. (Para mayor información ver (http://g-mond.parisschoolofeconomics.eu/topincomes))
De hecho, la información provista por Argentina no se ha obtenido para otros países de la región (y sobre todo para periodos recientes) porque hay mucha resistencia a compartirla. Esto contrasta con que en todos los países de la OCDE, a excepción de México y Turquía, dicha información es pública.
Para tener medidas más precisas de la concentración del ingreso y la riqueza, se requeriría tener acceso a la información contenida en las declaraciones de impuestos (respetando anonimato, por supuesto). No se requieren los datos individuales; muestras serían suficientes. Además, se podrían adicionar módulos especiales para captar el ingreso de la población más rica en las encuestas de hogares con cierta periodicidad (cada 5 años, por ejemplo). Hasta no contar con información sobre la concentración del ingreso en el tope más rico de la población, los indicadores de desigualdad en América Latina seguirán siendo sumamente engañosos.


[1]
La autora es Samuel Z. Stone Professor of Latin American Economics en la Universidad de Tulane en Nueva Orleans, EEUU e investigadora no-residente en el Center for Global Development y el Diálogo Interamericano en Washington, DC. Para contactarla: nlustig@tulane.edu.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Satisfacción con el Trabajo: Una dimensión fundamental del bienestar subjetivo

Satisfacción con el Trabajo: Una dimensión fundamental del bienestar subjetivo[1]
Eduardo Wills H[2], PhD

La noción de progreso de las sociedades y de las organizaciones se debate intensamente en diversos foros económicos, sociales y de políticas públicas alrededor del mundo. Las crisis financieras de los países se han vuelto recurrentes, el desastre ambiental está en nuestro horizonte y la insatisfacción creciente de los desempleados y de los ciudadanos en las grandes urbes del mundo está mostrando que los modelos económicos basados en el egoísmo, en una creciente preocupación por el consumo y por la idea del crecimiento sin límites están llegando a su final. Al mismo tiempo las crecientes desigualdades en la distribución del ingreso al interior de los países, como en el caso de Colombia, y entre naciones, genera una vida más difícil y muchas veces trágica para los pobres y los desempleados y quienes conforman el creciente sector informal. De esta forma surgen nuevos enfoques, paradigmas, ideas e instrumentos para medir el avance de las naciones y de los individuos.

Un indicador que toma cada día más fuerza en esta discusión es el del bienestar subjetivo de ciudadanos, regiones y países. Definido como la evaluación y el sentimiento que tienen las personas sobre la satisfacción con su vida como un todo, este indicador se mide a partir de la propia gente y no a través de expertos o gobernantes. Establece cómo cada individuo experimenta, siente y vive su nivel de bienestar. El indicador de bienestar subjetivo nos señala que hay otros valores no materiales, adicionales a los que mide el PIB per cápita, que son significativos para el bienestar de la gente, como la calidad de las relaciones sociales, el tipo de trabajo que se tiene y se realiza, la familia, la espiritualidad, el tipo de las expectativas y metas y el sentido que cada uno le da a su vida. Pareciera existir un consenso entre los estudiosos del tema, que los fines más apropiados del desarrollo son aquellos que le permiten a las personas vivir una vida de forma autónoma y libre y que les permite alcanzar su felicidad, realización y pleno desarrollo. Es decir nuestro bienestar está intrínsecamente relacionado con la contribución que podamos hacer a la realización de otros, a desarrollar un sentido en la vida de lo que hacemos, a utilizar el tiempo de una forma plena y constructiva y a desarrollarnos de forma saludable entendido cómo la realización plena de nuestras capacidades y funcionamientos físicos y mentales.

Por otra parte pasamos más de la tercera parte de nuestras vidas modernas en el trabajo o con una ocupación. Claramente ello no siempre fue así. Nuestros antepasados cazadores y recolectores utilizaban solamente entre tres y cinco horas al día para lograr su sostenimiento y reproducción como personas. El resto del tiempo lo empleaban en relacionarse socialmente, en conversar y discutir, en la contemplación y en la búsqueda del sentido. En aquellas épocas no había forma de medir la calidad de vida de las personas, la satisfacción con la vida y con el trabajo y el progreso de las sociedades, pero es posible aventurarse a plantear que aún viviendo con medios materiales muy precarios y disponiendo de muy baja tecnología, los niveles de satisfacción con la vida de estos antepasados fueran similares a los del trabajador urbano actual de nuestras poderosas organizaciones y empresas. La investigación reciente sobre bienestar subjetivo ha encontrado que ello puede ser cierto ya que las relaciones sociales, la búsqueda del sentido y el disfrute de lo que se hace en el trabajo o en la ocupación son dimensiones fundamentales de la satisfacción con la vida.

Hoy en día contamos con condiciones materiales de trabajo y de ingresos mucho mejores que las de nuestros antepasados. Sin embargo, la gente emplea actualmente más de diez horas al día, y a veces seis días a la semana en su trabajo. Lo que encontramos es que al final de la jornada la mayoría de las personas no se sienten satisfechos sino exhaustos, vacíos y con una sensación creciente de malestar, no de bienestar. Ello repercute de manera negativa con el nivel de satisfacción con la vida como un todo, que es actualmente la medida que los investigadores empleamos como una nueva referencia para medir el bienestar subjetivo de las personas y de las sociedades. Es claro que la satisfacción con el trabajo o con la ocupación es una dimensión fundamental de la satisfacción con la vida. De hecho se ha encontrado que las personas desempleadas son las que tienden a tener un menor nivel de satisfacción con la vida.

Podemos diseñar e influir directamente en la creación de condiciones y climas de trabajo que generen alta satisfacción. Por ejemplo en aquellas empresas y organizaciones donde los hombres y mujeres son vistos exclusivamente como medios para alcanzar los fines y los objetivos de sus dueños, a costa de las condiciones de trabajo, de la estabilidad de la comunidad social de la organización y del medio ambiente, es posible que encontremos que la satisfacción con el trabajo de estos empleados no sea la mejor y que se causen efectos nocivos sobre la salud mental y física de las personas, sobre la productividad y eficiencia de la empresa y la calidad de vida de la sociedad.

La satisfacción con el trabajo es una dimensión fundamental del bienestar subjetivo de las personas. Ello es congruente con la idea que el fin de las empresas tiene que ser el de elevar el nivel de bienestar humano. La producción e intercambio de bienes y servicios realizado por las empresas tienen sentido solamente si consideramos que son medios para mejorar la calidad de nuestra existencia. Una buena empresa u organización sería aquella que provee bienes y servicios de manera efectiva pero que a su vez maximiza el grado de satisfacción de sus clientes, de sus empleados y de la sociedad en general. Desde este punto de vista un buen negocio o empresa no es solamente aquel que genera buenas utilidades. Será aquella empresa que haga una genuina contribución a la satisfacción con la vida de los grupos de interés con los que la empresa trabaja.

En este breve ensayo queremos enfatizar sobre la importancia de la satisfacción con el trabajo. Para lograrlo es necesario crear buenos ambientes y climas de trabajo en los que a los empelados les gusten las acciones y decisiones que realizan y en dónde cada uno pueda crecer como persona y realizarse en función de sus expectativas. Según lo anterior, las empresas deben buscar intencionalmente la creación de climas de trabajo en los cuales sus empleados entreguen lo mejor de sí mismos. Esto es algo que un jefe no puede ordenar, es algo que hay que obtener voluntariamente de cada empleado.

Las empresas que logren generar estos climas, generaran mayores niveles de rentabilidad y eficiencia ya que podrán atraer a los mejores empleados, retenerlos más tiempo y lograr que hagan contribuciones espontáneas que vayan más allá del deber, de lo que el reglamento les exige, con lo cual se tendrá una mejor contribución de sus capacidades al trabajo.
Por otra parte, las personas en todas partes del mundo están buscando cada vez más lo que constituye un buen trabajo. Encontrar este buen trabajo los puede inclusive decidir a moverse de ciudad. La mayoría de las personas considera que un buen trabajo es aquel que permite que la persona esté satisfecha y que le permite hacer lo que mejor sabe hacer con autonomía y flexibilidad.

Entendida como una actitud hacia el trabajo, la satisfacción en el trabajo ha sido estudiada desde distintas perspectiva teóricas: i) la de la predisposición personal, que la plantea como una característica de la persona que se sentirá satisfecha o insatisfecha en su trabajo independiente del trabajo que tenga, ii) como la compatibilidad entre las expectativas y valores personales y iii) bajo la perspectiva que hay factores que causan satisfacción o insatisfacción en la organización y que es necesario resolver los segundos (que son los materiales como el pago y las prestaciones) para poder desarrollar los primeros, que son los motivadores, como el grado de autonomía en el trabajo , su variedad, los logros y oportunidades y la capacidad de realizarse plenamente como persona.

La satisfacción en el trabajo y el bienestar de los trabajadores puede ser entendida como una forma alternativa de medir el producto de las organizaciones. Dependerá de cómo cada organización concibe el trabajo que se realiza, incluyendo entre otros factores la justicia, el enriquecimiento de las relaciones personales, el considerar a la persona como un fin en sí mismo y concebir el trabajo como una fuente de crecimiento y realización personal a través de la creatividad, la innovación y el compromiso con los demás.

Como consecuencia de contar con personas satisfechas con su trabajo se tendrá una menor tasa de rotación y ausentismo de los empleados y se desarrollarán comportamientos cívicos ciudadanos en la organización que servirá como factor para diferenciarlas. Contar con organizaciones donde primen los comportamientos ciudadanos de sus empleados hará la diferencia y enviará un mensaje claro reputacional hacia clientes, proveedores y la sociedad en general.

A su vez la generación de buenos climas de trabajo que generen satisfacción con el trabajo dependerá de lo que autores como Czikszentmihalyi (1990,2003) han establecido como ambientes generadores de flujo. Lograr que la persona se encuentre absorta en lo que hace para su deleite y crecimiento. Para ser exitoso en lo que se hace, se debe disfrutar del trabajo y estar satisfecho con él. Para ello debemos parir del principio que cada persona es una persona única con necesidades y expectativas propias pero interconectada con los demás. El reto está entonces en crear climas de trabajo que permitan que la persona actúe responsablemente y que al mismo tiempo le permita cooperar y tener en cuenta a los demás para sacar adelante propósitos colectivos como los que se plantean las organizaciones.

Referencias
CSIKSENTMIHALY, M (1990) Flow, the psychology of optimal experience, Harper Perennial
CSIKSENTMIHALY, M (2003) Good Business: Leadership, Flow and the Making of Meaning, Penguin Books
Islam, G., Wills-Herrera, E., & Hamilton, M. (2009). Objective and subjective indicators of happiness in Brazil: The mediating role of social class. The Journal of social psychology, 149(2), 267-272.

Wills-Herrera, Eduardo, Islam, Gazi, & Hamilton, Marilyn. (2009). Subjective Well-Being in Cities: A Multidimensional Concept of Individual, Social and Cultural Variables. Applied Research in Quality of Life, 4(2), 201-221. doi: 10.1007/s11482-009-9072-z

Wills, E. (2009). Spirituality and subjective well-being: evidences for a new domain in the Personal Well-Being Index. Journal of Happiness Studies, 10(1), 49-69.
Wills, E (2011).La Felicidad debe ser un indicador del desarrollo, Portafolio, Sept.22

[1] Apartes textuales de este artículo fueron publicados en un artículo de este autor en Revista Portafolio, Septiembre 22 de 2001 bajo el título La felicidad debe ser otro indicador del desarrollo
[2] Es profesor titular de la Facultad de Administración de la Universidad de los Andes en Bogotá, Colombia. Correo electrónico: ewh@adm.uniandes.edu.co

martes, 27 de septiembre de 2011

La Búsqueda de la Felicidad: ¿Podemos tener una economía basada en el bienestar?

Carol Graham[1]
En las reuniones de la Asociación Americana de Economía de este año que se llevaron acabo en Denver, se desarrollaron los paneles habituales sobre temas que van desde el regimen internacional de tipo de cambio hasta las raíces de la crisis financiera global y las tendencias en el mercado de bienes raíces de Estados Unidos. Más inusual fue una sesión de apertura sobre si las medidas de la felicidad deben sustituir el Producto Nacional Bruto (PBN). Este tema también fue el epicentro de un artículo publicado (con mucho escepticismo) por el diario The Wall Street Journal. Ese mismo mes, el Foro Económico Mundial de Davos organizó un panel similar con Jeffrey Sachs, el que fue alguna vez el niño prodigio de los mercados libres, quien se refirió a la felicidad como el próximo objetivo de las Naciones Unidas para lograr desarrollo en este milenio. El diario The New York Times también escribió un artículo (ya con menos escepticismo) sobre esta última sesión. ¿En qué se está convirtiendo el mundo?
He tenido la oportunidad de participar en ambos paneles (aun me arrepiento de no haber podido esquiar en ambas ciudades). Hasta hace unos cinco años, yo formaba parte de un puñado de economistas que estudiaban la felicidad; hoy en día, se han sumado otros expertos que analizan temas tan diversos como los efectos del tiempo empleado desplazándose de la casa al trabajo en el bienestar de las personas, por qué los impuestos sobre el tabaco hacen más felices a los fumadores, y por qué los desempleados son menos infelices cuando hay más personas desempleadas a su alrededor.
Esta discusión ha pasado de estudios empíricos que intentan entender mejor el bienestar personal, a considerar a la felicidad como un objetivo político. Hace una década, el gobierno de Bután sustituyó al PNB con Felicidad Nacional Bruta. En 2008, la Comisión presidencial de Sarkozy, presidida por dos economistas ganadores del Premio Nobel,, convocó a un esfuerzo mundial para desarrollar medidas de bienestar más amplias. Aunque la comisión fue criticada por conservadores en los Estados Unidos como un "intento izquierdista de hacer que nuestra economía se asemeje a la economía inerte de Francia", el paso más reciente de agregar los indicadores de bienestar a las estadísticas nacionales, ha sido dado por el gobierno conservador, liderado por Cameron, en Gran Bretaña. Adicionalmente, dos de las mayores economías mundiales, China y Brasil, también están considerando la incorporación de estas métricas.
Estos son momentos extremadamente emocionantes para los que estudiamos esta materia, ya que el interés en el tema de la economía y lo que puede haber más allá de esta, abre las puertas a una serie de investigación mucho más amplia. Sin embargo, la transición de estas investigaciones hacia la política también plantea una serie de preguntas aun no resueltas. Las más importante, en mi opinión, son las siguientes: ¿Qué definición de la felicidad es la más relevante y adecuada para la política de un gobierno? ¿Y cómo es que esta definición varía entre las diferentes sociedades?
La necesidad de clarificar esta definición plantea retos conceptuales para aquellos de nosotros que consideramos nuestras encuestas sobre la felicidad como herramientas de investigación. Para propósitos de investigación empírica, nos basamos en una pregunta abierta, la cual por lo general es: "En términos generales, qué tan feliz (o satisfecho) con su vida se encuentra usted?" Las posibles respuestas se encuentran dentro de una escala que varía desde "nada" a " muy "contento. Luego comparamos la variación en los niveles de felicidad basados en información adicional que podemos obtener, como el ingreso de los encuestados, estado civil, edad, lugar de residencia (urbano / rural), situación laboral, y así sucesivamente. Los patrones que encontramos son muy consistentes en todo el mundo a través de los encuestados, incluso en los países de niveles de desarrollo muy diferentes.
Esa consistencia nos permite poner a prueba los efectos de otras variables, tales como el nivel de inflación y/o la naturaleza del gobierno y el régimen del medio ambiente. No le preguntamos a los encuestados si estos fenómenos los hacen infelices. En su lugar, tomamos en cuenta los efectos de variables socioeconómicas y demográficas más estándares (por ejemplo, edad, sexo, ingresos y situación laboral) en la felicidad, y luego comparamos la variación en los puntajes determinados por las variables contextuales.
La felicidad es citada frecuentemente como una dimensión general de bienestar. Sin embargo, los expertos hacen distinciones entre las diversas dimensiones del bienestar. Es entonces cuando podemos comparar los resultados referentes a la felicidad con los que se basan en preguntas diseñadas para medir las dimensiones más específicas de bienestar, tales como los rasgos de carácter innato (afecto positivo y negativo), la satisfacción de vida en comparación con el mejor tipo de vida posible, y el propósito de la vida.
Esto funciona desde una perspectiva de investigación, sin embargo, complica la perspectiva política. La política de un gobierno es impulsada por factores que van desde las normas de los objetivos de bienestar hasta las diferencias culturales. Esos factores, a su vez, influyen en la definición de la felicidad de acuerdo a cada persona y através de diferentes países. Hace siglos, los filósofos se preocupaban por la felicidad. El concepto de Jeremy Bentham sobre el bienestar se basaba en maximizar la satisfacción y el placer de la mayor cantidad de personas a lo largo de sus vidas, es decir, que la gente se sintiera feliz día a día. Aristóteles concebía la felicidad como eudaimonia: "eu", que significa bienestar o abundancia, y "daimon", es decir, el poder de las personas de controlar su propio destino. En la manera más amplia de evaluar la vida, esta es la oportunidad de vivir una vida plena.
En mi próximo libro, sostengo que la dimensión que más les importa a las personas está determinada en parte por la capacidad de estas para lograr una vida con sentido. En la ausencia de esa capacidad -debido, por ejemplo, a la falta de oportunidades o de educación- las personas pueden poner más énfasis en las experiencias diarias, tales como la amistad y la religión. Los que tienen más capacidad tienen más probabilidades de concentrarse en un objetivo o meta mucho más ambiciosa. (Pensemos en el científico que intenta curar el cáncer y sacrifica su tiempo libre al igual que sus relaciones personales a cambio del tiempo que pasa en el laboratorio.) Una amplia gama de estudios en todo el mundo, incluyendo el mío, apoyan esta intuición.
Algunas sociedades pueden sentirse cómodas considerando a la felicidad, como el resultado de la satisfacción, como un objetivo dentro de sus políticas gubernamentales. Otros países, como los EE.UU., cuya Declaración de la Independencia hace referencia a la “búsqueda” de la felicidad y tradicionalmente ha favorecido la importancia de la igualdad de oportunidades sobre la de igualdad de resultados, probablemente escogerían una definición eudaimónica de la felicidad. Sin embargo, prometer felicidad con el propósito de obtener una vida plena, requiere ofrecer a los ciudadanos las herramientas y el agente para conseguirla.
Hay mucho por descifrar antes de que podamos estar de acuerdo en que la felicidad debe ser un objetivo explícito dentro de la política de un gobierno. Sin embargo, muchos países ya están utilizando el bienestar como métricas en los debates políticos. Un paso de bajo costo y de exploración de los EE.UU. sería agregar algunas preguntas de prueba a nuestra rama de estadísticas. Esto a su vez, nos obligaría a pensar mas a fondo sobre nuestras medidas de progreso y si valoramos más oportunidades o resultados, logros a lo largo de la vida o las experiencias del día a día, y si preferimos la salud, el ocio y las amistades en lugar de la productividad y la innovación.
Sin embargo, incluso eso sería un gran paso. Podemos comparar los ingresos entre las personas con un amplio consenso de lo que se pretende medir. Si bien hemos logrado grandes avances en el desarrollo de medidas enérgicas de las distintas y varias dimensiones de la felicidad, todavía no tenemos el mismo tipo de consenso sobre el concepto global que estamos tratando de medir y aplicar como un objetivo de política gubernamental.
En conclusión, la felicidad es un concepto más complicado que el tema de los ingresos. También es un objetivo de política gubernamental más ambicioso. El hecho de que hoy en día los expertos tomen muy seriamente este concepto, demuestra el gran momento por el cual atraviesa en términos de cambios en sus parámetros habituales. En un momento en que muchos de nuestros debates públicos son polémicos y nos dividen, el explorar nuevas herramientas para evaluar el bienestar de nuestros ciudadanos en lugar de enfocarnos en las raíces de estas divisiones es un cambio gratamente bienvenido.



[1]Carol Graham es una Experta Asociada y Presidenta del comité Charles Robinson en el Brookings Institution. Es autora de “La Felicidad en el Mundo: La Paradoja de Campesinos Felices y Millonarios Miserables” (Oxford University Press, 2010) y de “La Búsqueda de la Felicidad: Rumbo a una Economía basada en el Bienestar” (The Brookings Institution Press, 2011)

martes, 20 de septiembre de 2011

Estudio piloto: Percepción de inseguridad en una muestra de jóvenes universitarios de la Ciudad de México a través de la medición del fenómeno de hipoalgesia hipertensiva.

Domínguez Trejo Benjamín; Tepepa Flores Li Erandi; Hernández Lara Dulce Guadalupe.[1]

La investigación psicológica ha logrado importantes avances sobre las conexiones cuerpo-mente y las modalidades en que nuestra vida social ejerce efectos rastreables en nuestros sistemas corporales y la salud (Cohen, 2004; Kiecolt-Graser, McGuire, Robles, &Glaser, 2002, Diener, Comunicación personal 2011). Sin embargo, los constructos sociales relevantes para la salud social (por ejemplo, el bienestar) continúan apoyándose predominantemente en un solo método: el auto-reporte verbal de los participantes (Somerfield & McCrae, 2000).

La excesiva confianza de los investigadores en el auto informe de síntomas psicológicos ha sido una problemática porque:

1. Los mismos síntomas pueden surgir de muy diferentes trastornos psicológicos.

2. Los informes de los síntomas pueden ser sesgados en función del contexto social (por ejemplo, debido a fines de auto-presentación o sobre reportar para lograr beneficios secundarios).

3. Las personas no pueden tener acceso mental deliberado sobre aspectos importantes de sus trastornos.

Cuando los auto-reportes no se complementan sistemáticamente con otros métodos de evaluación, el cuadro científico que se obtiene carece de dimensionalidad; depende de lo que piensan los participantes de ellos mismos y de cómo construyen su conducta social y sus relaciones. A pesar de que son dimensiones importantes, no muestran el fenómeno completo y las acciones derivadas pueden resultar en el mejor de los casos inocuas.

Por lo tanto, la investigación social de la salud se puede beneficiar ampliando la cobertura de la evaluación psicológica (Trull, 2007). La neuroimagen funcional y el monitoreo autonómico ofrecen importantes ventajas, es así como la medición de la Variabilidad de la Frecuencia Cardiaca (VFC) puede considerarse como una herramienta psicológica que puede servir de apoyo para monitorear, de manera no invasiva, la función reguladora (Thayer y Lane, 2000). Una VFC elevada está asociada con un desempeño cognitivo aumentado (Johannes et.al, 2010). Examinar la covariaciòn de la VFC y de la actividad neural durante la emoción es importante debido a que:

1. Examinar la VFC durante la inducción de la emoción permite un examen más directo de la regulación neural de la VFC en relación a la emoción.

2. La evidencia indica que una red de estructuras en el cerebro median las respuestas emocionales (Phan et.al., 2002; Wager et.al., 2008).

Sin embargo se han reconocido las limitaciones de estas herramientas de monitoreo no invasivo (Raichle, 2008):

*La mayoría de sus métodos no miden directamente la actividad neural. En su lugar, utilizan medidas indirectas o “marcadores”: flujo sanguíneo, metabolismo de la glucosa, vaso constricción y vaso dilatación sanguínea periférica, etc.

*No logran identificar con precisión las fuentes originales de activación, relacionando esta activación con operaciones mentales o emocionales específicas.

La neurociencia social, un logro de los avances teórico-tecnológicos reseñados, representa un enfoque interdisciplinario para el estudio de la salud, los trastornos mentales y los fenómenos psicológicos, tales como la “anomia social”.

Anomia significa falta de normas o incapacidad de la estructura social de proveer a ciertos individuos lo que les sería necesario para lograr las metas de la sociedad (Camargo, 2008). Durkheim explico la anomia como un problema moral, estrechamente vinculado con el deterioro de los lazos sociales y el decaimiento de la solidaridad. Las situaciones de desigualdad social, pueden contribuir a mayores actos delincuenciales, bloquear el acceso a las personas o grupos a los recursos y a las oportunidades además puede aumentar la motivación para transgredir la ley (Parales-Quenza, 2008 & Santander, 2006). Las consecuencias de la violencia varían en su expresión e incluyen, sentimientos de impotencia, desamparo y desesperanza. Trastornos como la depresión mayor, la ansiedad generalizada, el estrés postraumático y la hipertensión. Esta última enfermedad se relaciona con un fenómeno conocido como hipoalgesia hipertensiva. Esta condición se distingue por que la presión sanguínea elevada presenta la característica de una disminución en la sensibilidad a la nociocepciòn/dolor (Edwards et al., 2007). En diversos estudios clínicos se ha reportado que los hijos de personas con hipertensión se perforan con más frecuencia y por tanto son quienes presentan una mayor resistencia ante estímulos dolorosos, es decir una disminución de la sensibilidad (Conde-Guzón, 2003).

Este estudio piloto tuvo por objetivo reunir evidencia acerca de la percepción de inseguridad en jóvenes con alguna perforación a través del fenómeno de hipoalgesia hipertensiva (menor actividad simpática y un estado emocional de tranquilidad). Dicho estudio fue realizado por estudiantes no graduados de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México, con datos no publicados recabados en los meses de abril-mayo de 2011.

Método

Se convocó una muestra al azar de 10 participantes, con edades de 18 a 23 años, 4 de sexo masculino y 6 femenino. La muestra se dividió en grupo experimental, que lo conformaron jóvenes con alguna perforación, y el grupo control con jóvenes sin perforaciones. Se aplicó a los participantes la Encuesta de Percepción de Inseguridad realizada por la INEGI y adaptada para fines de este estudio piloto* y se les midió la temperatura periférica con el termómetro de cristal líquido: “Punto Stress” antes y después de contestar la encuesta.

Principales Resultados y Conclusiones



En el grupo control se presentó un ligero incremento en la temperatura después de haber contestado la encuesta, lo que indica que este grupo posee habilidades para relajarse. Aunque la temperatura del grupo experimental no fue significativamente mayor que la del grupo control, sí se observó una diferencia entre ambos grupos, así mismo la temperatura del grupo experimental siempre estuvo constante y por encima de la del grupo control.

Las calificaciones reportadas para el “siguiente año” en términos de seguridad pública en C.U fueron muy diversas. Sin embargo los jóvenes del grupo experimental pronosticaron que la seguridad seguirá igual mientras que la mayoría de los jóvenes del grupo control reportaron que la situación empeorará. Los participantes de ambas muestras reportaron percibir inseguridad más elevada en el horario nocturno.

Es relevante señalar algunas de las limitaciones que presenta este estudio. Consideramos modificar la encuesta aplicada, ya que falta indagar un poco más sobre aspectos como: si los participantes habían sufrido algún acto violento dentro de la universidad y que efectos tuvo en ellos.

También sería conveniente ampliar el tamaño de la muestra y poder hacer inferencias respecto de los jóvenes con perforaciones y su relación con una baja percepción de seguridad debido al fenómeno de hipoalgesia ya que, en el grupo experimental seleccionado, solo uno de ellos reportó ser hijo de padres hipertensos, lo que limita dar una conclusión acerca de este punto.

Este estudio piloto, documenta la importancia de su aplicación a mayor escala, ya que abriría un amplio panorama acerca del impacto psicológico que tiene en el bienestar de la población mexicana la percepción de inseguridad aunado al fenómeno de la hipoalgesia hipertensiva.

Sin embargo, debemos tener presente que la información sensorial entrante es a menudo ambigua, y el cerebro tiene que tomar decisiones durante la “construcción” de la percepción. Una de las funciones del sistema visual es decidir lo que está presente en el entorno local, resolviendo potencialmente la información sensorial ambigua en una percepción coherente.

El cerebro genera “códigos de predicción” probabilísticos sumamente resistentes a los errores (Nagarajan and Stevens, 2008), que de forma dinámica y no consiente anticipan el entorno próximo sensorial, y además pondera las alternativas de percepción sobre la base de esta predicción (Summerfield, et al.,2006).

La evaluación de un evento genera emociones negativas como el miedo anticipatorio. El proceso cognoscitivo de la predicción: “Pronostico Afectivo” (PA) reduce la incertidumbre. La evidencia científica y la experiencia clínica mexicana (Domínguez, 2007) sugieren que la predictibilidad reducida aumenta el dolor y el miedo, y está asociada con activación fisiológica elevada.

En otras palabras, una persona puede ser testigo de actos de criminalidad y aun así, cuando le piden su reporte verbal sobre su nivel percibido de bienestar, puede contestar que es 100% positivo, cuando su respuesta verbal es influida solo por sus expectativas, sin embargo, su respuesta verbal puede estar influida por la acción de las vías descendentes que involucran la modulación emocional.

Tomando en cuenta lo anterior y la actual relevancia en México de estos fenómenos, creemos conveniente profundizar en dichos estudios con el fin de realizar posibles programas de evaluación, preventivos y de intervención psicológica para contribuir a preservar la calidad de vida de la población mexicana y otras urbes.

Referencias.

Camargo, M. d. (2008). Análisis y revisión de las teorías de la anomia y la indefensión aprendida y su interrelacion como mecanismo de control social. México: Universidad Nacional Autonoma de México,Facultad de Psicología.

Cohen, S. (2004). Social relationships and health. American Psychologist. 59, 676-684.

Conde-Guzón, B. E. (2003). Hipertensión, reactividad cardiovascular ante el estrés y sensibilidad al dolor. Revista de neurología , 586-595.

Domínguez, T. B. (2007). La búsqueda de una “teoría útil” sobre el funcionamiento emocional humano en problemas de dolor crónico e hipertensión. Psicología y Salud. 17(1): 149-159.

Edwards, L; Ring, C; France, C.R; al´Absi, M; Mclntyre, D; Carroll, D; Martin,U. (2007). Nociceptive flexion reflex thresholds and pain during rest and computer game play in patients with hypertension and individuals at risk for hypertension. BiologicalPsychology, 76: pp 72-87.

Johannes, C.B., Le, T.K., Zhou, X., Johnston, J.A and Dworkin, R.H. (2010). The prevalence of chronic pain in United States adults: results of an internet-based survey. The Journal of Pain.VOL .11, No. 11 (November), pp. 1230-1239.

Kiecolt-Glaser, J.K., McGuire, L.,Robles, T., & Glaser, R. (2002). Emotions, morbidity, and mortality: New perspectives from psychoneuroimmunology. Annual Review of Psychology, 53,83-107.

Nagarajan, N., and Stevens, C. F. ( 2008). How does the speed of thought compare for brains and digital computers? CurrentBiology, Vol. 18 No. 17, pp756-758.

Parales-Quenza, C. (2008). Anomia Social y Salud Mental Pública. Salud Pública , 658-666.

Phan, K.,Wagner, T., Taylor, S., Liberzon, I. (2002). Functional neuroanatomy of emotion: a meta-analysis of emotion activation studies in PET and fMRI. NeuroImage16, 331-348.

Raichle, M.E. (2008). A brief history of human brain mapping. Trends in Neurosciences, Vol 32, No. 2, 118-126. doi:101016/jtins.2008.11.001.

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[1] Facultad de Psicología, Universidad Nacional Autónoma de México

lunes, 19 de septiembre de 2011

Crisis económica internacional

Crisis económica internacional: lecciones para el debate latinoamericano sobre progreso social

Rubén M. Lo Vuolo[1]

La nueva fase de la crisis económica y financiera internacional que, con epicentro en los países más industrializados, se ha desatado en las últimas semanas, expone claramente cinco cuestiones de especial importancia para el debate latinoamericano sobre el progreso social:

1. La dependencia que tiene el modo de organización de nuestras sociedades con respecto al régimen de crecimiento económico.

2. La contradicción entre el “urgente” ajuste de corto plazo (que perjudica a los grupos más vulnerables) y sus supuestos beneficios de largo plazo (que se resume en la esperanza de retomar el crecimiento económico)

3. La prioridad que debe otorgarse al alcance y “conservación” de ciertos logros básicos para el bienestar.

4. La fragilidad del sistema de protección social organizado en base al empleo mercantil para garantizar el bienestar de las personas en economías globalizadas y sometidas a crisis recurrentes;

5. Los problemas de valorizar y contabilizar la riqueza por su (volátil) precio de mercado.

La crítica al crecimiento económico como medida del progreso social y objetivo de la política pública es uno de los temas más difíciles de incorporar al debate en América Latina por dos razones principales. En primer término, por la histórica volatilidad de los ciclos de crecimiento en región; de hecho, cuando se habla de falta de “sustentabilidad” en la región se alude a la imposibilidad de “sostener” una tasa máxima de crecimiento por un largo tiempo. La segunda razón es coyuntural: la actual fase de crecimiento en algunos países ha reavivado una visión optimista acerca del círculo vituoso que puede desenvolverse entre crecimiento, empleo y bienestar. Difícil plantear que el crecimiento económico y sus costos es un problema a resolver cuando en los países industrializados lo ven como una solución a la actual crisis y en América Latina como la explicación de ciertas mejoras económicas y sociales en los últimos años.

El crecimiento económico no es sólo una estrategia económica sino también política que ha sido adoptada por países centrales y periféricos. El crecimiento económico es hoy una medida de performance de los gobiernos, en tanto genera la ilusión de que “todos ganan” y alivia así el conflicto derivado de las desigualdades económicas y sociales. La crisis pone en cuestión esta apuesta y permite discutir esta estrategia. ¿Es racional tener como objetivo una una tasa máxima de crecimiento económico o más bien el objetivo debe ser evitar, administrar y controlar las “crisis” recurrentes que caracterizan al régimen de crecimiento económico vigente?

Lo anterior nos remite al segundo punto. La crisis pone de manifiesto la importancia de otra cuestión central para el debate del progreso social: la contradicción entre corto y largo plazo. Es común plantear esta contradicción oponiendo al consumo presente la necesidad de revalorizar el ahorro, la inversión y la atención sobre el desgaste y la degradación de los recursos necesarios para la vida de futuras generaciones. Este planteo se debe matizar a la luz de lo que se observa claramente con la crisis de este régimen de crecimiento económico: tarde o temprano el ajuste recae sobre el consumo de los más desaventajados que son los que se ven forzados a generar el ahorro necesario para pagar las deudas acumuladas en la fase de auge.

De aquí se sigue el tercer punto. La crisis expone que el progreso social no es sólo crecer ni tampoco ahorrar, sino hacerlo de un modo que permita contemplar la prioridad de garantizar y “conservar” niveles básicos de consumo. El progreso social no es un ideal de llegada de largo plazo que obliga a postergar el consumo presente de ciertos estándares básicos, sino que los mismos deben considerarse como inversiones imprescindibles para el futuro. Esto incluye evitar que el ajuste frente a las crisis recaiga sobre el consumo de los más desaventajados, problema sobre el cual América Latina tiene mucha experiencia y que hoy se manifiesta claramente en los países centrales.

La crisis también pone en evidencia lo que señalan los estudios acerca de cómo medir el progreso social: los promedios dicen poco y la desigualdad es una dimensión central en la reformulación de los indicadores. La crisis expone claramente que con el actual modelo de crecimiento económico, el ajuste recae sobre el consumo presente de los más necesitados mientras persisten irritantes privilegios de consumo y ahorro de los más favorecidos. Más aún, los grupos más aventajados llegan incluso a beneficiarse con la crisis al tener la posibilidad de especular con el vertiginoso y oscilante cambio de valores de activos y pasivos.

En cuarto lugar, la crisis muestra la fragilidad de la organización del régimen de protección social sobre la endeble base del empleo mercantil. La reducción del empleo y el empeoramiento de su calidad son componentes reiterados de cualquier programa de ajuste frente a la crisis. En los regímenes económicos actuales, el pleno empleo, y sobre todo el pleno empleo en condiciones “decentes” (por usar un término muy difundido) es una utopía que sólo sirve para alimentar esperanzas infundadas de alcanzar progresos individuales. Lo que se vende como un camino para liberar energías creadoras del ser humano, en los regímenes actuales de crecimiento económico para muchos se ha vuelto un instrumento de opresión. Más aún, cuando la alternativa a las condiciones indignas que ofrece el mercado de empleo es la indignidad de los programas asistenciales que manipula el poder político de turno. Aquí se ve claramente otro punto crucial para el debate sobre el progreso social: no sólo importa el acceso a ciertos elementos que garantizan el bienestar de las personas sino también los procedimientos. Tal como están organizadas hoy nuestras sociedades en base al ideal utópico del pleno empleo, el acceso al empleo y a los beneficios de los sistemas de protección social para gran parte de la población significa la pérdida de grados de libertad, de autonomía y de emancipación personal.

La difusión de programas asistenciales para aliviar los efectos de la crisis no resuelve el problema, en tanto están organizados en base a condicionalidades que transfieren la responsabilidad y obligan a las personas a cumplir requisitos que los estigmatizan e involucran en mecanismos de control social. Esto es más grave en América Latina donde abunda el trabajo para la auto-subsistencia y también el trabajo gratuito (predominantemente femenino). La crisis expone crudamente que no todo el trabajo es reconocido por el mercado de empleo, como así también la necesidad de reformular un sistema de protección social organizado sobre el “derecho del trabajador” y no sobre el “derecho de las personas”.

Finalmente, la crisis también pone de manifiesto la insuficiencia del sistema de indicadores disponibles para contabilizar las actividades económicas y sociales. Los sistemas de indicadores y de contabilidad no están adaptados para prevenirl las crisis ni para valuar adecuadamente las diversas actividades que generan riqueza (material e inmaterial). El sesgo actual que privilegia la contabilidad de los flujos corrientes sobre los “stocks” y que mide sólo algunas actividades cuyo precio se refleja en los mercados no es útil para reformular el contenido del progreso social. Hay una urgente necesidad de reformular los sistemas de estadísticas para poder ponderar el “progreso neto”, entendido aquí como una suerte de contra-balance entre lo que se crea y lo que se destruye, entre los flujos y los stocks. Pero también para incorporar el valor del trabajo que no se transa en el mercado.

Sin embargo, hay que tener cuidado con violentar el sistema de “partida doble”. Lo que se suma o resta de un lado de la ecuación, debe tener una contrapartida adecuada. No se trata sólo de restar, por ejemplo, el valor contabilizado de los gastos militares, sino también de considerar el impacto de esa sustracción en el empleo y los ingresos del trabajo en esas áreas. Lo mismo puede hacerse con contabilidades más cualitativas, como por ejemplo el progreso bruto de la construcción de autopistas y automotores para que algunas personas se trasladen, se debería contraponer con las emisiones de carbón y la ausencia de transporte público de alta calidad.

En síntesis, la actual fase de una crisis todavía irresuelta desnuda crudamente la necesidad de discutir los contenidos del progreso social. América Latina debería “aprender” de la crisis y no persistir con regímenes de organización económica y social basados en el reduccionismo que pone al crecimiento económico como objetivo dominante y excluyente de otras prioridades. Los elementos que entiendo imprescindibles para ello son:

1. Discusión de la preferencia de la tasa máxima de crecimiento económico por un crecimiento más armónico y estable que disminuya las probabilidades de crisis profundas.

2. Reconsideración del conflicto temporal entre el corto y largo plazo, con especial énfasis en impedir el ajuste del consumo preente de los sectores más favorecidos para generar el ahorro necesario para pagar deudas.

3. Prioridad de la garantía para toda la población de acceso a niveles básicos de consumo de bienes y servicios sociales de alto valor colectivo.

4. Reformulación de los sistemas de protección social basados en el empleo mercantil, pasando de los derechos del trabajador a los derechos de las personas independientemente de su situación laboral.

5. Reconsideración de los criterios de elaboración de indicadores y de registro de la contabilidad pública, para incluir indicadores que sirvan para prevenir las crisis, registrar trabajo y riqueza valuada inadecuadamente por el mercado, como así también beneficios y costos de los complejos procesos que dinamizan a las sociedades contemporáneas.



[1] Director-Investigador del Centro Interdisciplinario para el Estudio de Políticas Públicas (Ciepp, Buenos Aires) y Presidente de la Red Argentina de Ingreso Ciudadano (Redaic). Su último libro es: “Distribución y crecimiento. Una controversia persistente”. Para contactarlo: ciepp@ciepp.org.ar.