jueves, 3 de octubre de 2013

Contribución de ImaginaMexico para Discusión en Linea Wikiprogress America Latina

Esta contribución de José Luis Chicoma y Ana Lucía Dávila forma parte de la discusión en línea de Wikiprogress América Latina (http://bit.ly/18oXTu4) "Políticas Públicas para el Buen Vivir y el Bienestar"

Enfoque del Bienestar Subjetivo:Una luz para las políticas del buen vivir y el bienestar. 

Una de las razones que ha hecho cada vez más cuestionable la utilidad de los indicadores económicos como indicadores de bienestar y progreso, de acuerdo con las líneas de Rojas que abren el tema de discusión, es la distancia entre la percepción que los políticos tienen de sus logros -beneficios para la ciudadanía- y la que los ciudadanos se forman. Éste es un punto que raramente se toca. Dicha distancia se debe a que el bienestar, y en última instancia el progreso, es muy frecuentemente entendido a partir de una concepción parcial del bienestar humano. 
Sin duda, el bienestar no es una estructura hueca, pero cabe aclarar que tampoco es multidimensional, como suele afirmarse: no tiene múltiples dimensiones: lo que tiene son muchos factores que lo explican. Hay factores o componentes emotivos y factores cognitivos; hay factores del entorno y factores más intrínsecos a las personas, por poner algunos grandes grupos. Así, cualquier política o acción de la que el gobierno sea responsable y que tenga consecuencias (externalidades, dirán los economistas) en alguno de los muchos factores que influyen en el bienestar lógicamente lo alterará. 
De ahí que cuando el gobierno obtiene logros de acuerdo con las metas que se fija, pero descuida (o más grave: desconoce) el efecto de dichos logros sobre otros aspectos de la vida de las personas -efecto no contemplado en la metas que se fijó- la percepción que éstas tienen de tales logros dista de la que el gobierno se formó. Esta distancia se hace evidente cuando cruzamos los datos que muestran la consecución de los logros con los datos de bienestar subjetivo; es decir, cuando vemos que el bienestar reportado por las personas diverge del bienestar que los funcionarios públicos creen haber generado con sus logros. 
Un ejemplo más o menos reciente y muy claro lo encontramos en Chile. Durante la década de los 90 y parte de la de 2000, las políticas de Chile lo convirtieron en el país con la tasa de crecimiento económico más alta de América Latina, logro en el que los funcionarios chilenos no dudaron apoyarse para enarbolar la bandera del progreso nacional. Sin embargo, el bienestar que los chilenos reportaron en esos años estuvo entre los más bajos de Latinoamérica (Rojas, 2012): claramente hubo una distancia entre la percepción que los ciudadanos tenían de su bienestar y el bienestar que las autoridades aseguraban haber generado. Por esta misma razón, el bienestar reportado por las personas -bienestar subjetivo- permite no sólo evaluar el desempeño de los gobiernos, sino que ayuda a predecir la victoria de los partidos políticos en las elecciones: el bienestar subjetivo mantiene una relación positiva y fuerte con la probabilidad de victoria del oficialismo (Martínez-Bravo, de próxima aparición). Esto es, mayores niveles promedio de satisfacción de vida de la población hacen más probable que el partido oficial vuelva a ganar las elecciones presidenciales. En suma, concebir al bienestar humano de una manera incompleta –es decir, no concebirlo holísticamente- impide que se logre el impacto esperado en el bienestar de la población y, consecuentemente, que haya una distancia entre el bienestar percibido por la gente y el que los gobernantes creen haber generado. Una consecuencia de ello es que el día de los comicios los ciudadanos castigan a sus gobernantes –concretamente, al partido que representan- emitiendo un voto en su contra. 
La implicación de todo esto es clara: las políticas públicas deberían diseñarse con base en la información sobre bienestar subjetivo, es decir, con base en una concepción holística -y no parcial- del bienestar, no sólo porque así se incide verdaderamente en el bienestar de la población, que es lo que a todos nos interesa, sino porque los políticos incrementan su probabilidad de permanecer en el poder, que es lo que a ellos les interesa. 
Por lo anterior, toda política pública para el buen vivir y el bienestar debe necesariamente superar el enfoque que prioriza la acumulación de riqueza y adoptar uno menos acotado que vea por otros aspectos relevantes de la calidad de vida de las personas. Uno que al buscar mejorar un aspecto de la vida de las personas (frecuentemente el económico) no descuide otros factores fundamentales del bienestar: que no cause estragos en su salud; que no inhiba la experiencia de emociones positivas como el entusiasmo, la alegría o el cariño, y que no propicie la experiencia de emociones negativas como la angustia, el enojo o la tristeza; que no deteriore las relaciones humanas (las relaciones con la familia y los conocidos); que no disminuya la disponibilidad del tiempo libre y su uso gratificante (el tiempo para convivir con los seres queridos y para dedicarlo a uno mismo en pasatiempos y actividades recreativas). No hacerlo puede ocasionar que millones de personas terminen menos satisfechas con su vida, aun cuando las metas se hayan cumplido -pues son metas, vale la pena insistir, planteadas a partir de un enfoque incompleto del bienestar. Se ha encontrado, por ejemplo, que las reformas pro-mercado adoptadas a principio de los 80 por varios países latinoamericanos han tenido un efecto negativo, o nulo en el mejor de los casos, sobre el bienestar subjetivo (Rojas, 2010). La explicación radica en las exigencias tanto mentales como físicas que impone una economía orientada por la competencia de mercado y en el hecho de enfrentar, bajo una economía de este tipo, aspiraciones siempre lejanas y crecientes, lo que va en detrimento la salud, del componente afectivo –emociones- del bienestar y de la disponibilidad de tiempo. Para abonar a esta explicación, también se ha mostrado convincentemente que las políticas de las economías de mercado deterioran las relaciones con los amigos y la vida familiar (Lane, 2000). 
Urge incorporar el enfoque del bienestar subjetivo al análisis, diseño y evaluación de políticas públicas que busquen incidir en el bienestar y buen vivir de la población. Es importante tener en cuenta que las políticas públicas alcanzan ámbitos de la vida de las personas que van más allá de aquellos a los que buscan atender explícitamente. Por ello, adoptar el enfoque del bienestar subjetivo –el cual concibe al bienestar humano holísticamente y no lo desagrega en partes- arroja luz sobre los resultados finales de las políticas públicas en el bienestar de la población. 
En suma, concebir incompletamente al bienestar es lo que produce la distancia entre la percepción que los políticos se forman del bienestar de las personas y la percepción que éstas tienen, y esta distancia será insalvable toda vez que el bienestar se siga entendiendo en términos acotados; toda vez que continuemos descomponiendo el bienestar y enfocándonos en sólo algunos componentes (como el económico y el de la salud, por ejemplo) de dicha descomposición a la hora de diseñar e instrumentar políticas públicas para el buen vivir.


Lane, R. (2000). The Loss of Happiness in Market Democracies, University Press, Yale, New Heaven. 
Martínez-Bravo, I. (de próxima aparición). The Usefulness of Subjective Well-being to Predict Electoral Results, en Handbook of Happiness Research in Latin America. 
Rojas, M. (2012). El Bienestar Subjetivo en América Latina, en M. Puchet, M. Rojas, R. Salazar, F. Valdés y G. Valenti, América latina en los Albores del Siglo XXI: Política, Sociedad y Economía, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, México. Rojas, M. (2010). The Relevance of Measuring Happiness: Choosing between De- velopment Paths in Latin America, International Social Science Journal. 

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