Puede argüirse que el Índice de Desarrollo Humano (IDH) es la medida objetiva de calidad de vida más influyente entre los gobiernos y organizaciones de promoción del desarrollo en todo el mundo. De acuerdo con el enfoque conceptual de Sen (1987), dicho índice no trata de medir los resultados que logran los individuos, sino las capacidades con que cuentan para desarrollarse íntegramente según sus propias preferencias y decisiones.
Con base en indicadores sencillos sobre el ingreso, la salud y la educación, que están disponibles para prácticamente todos los países del mundo, y un sistema elemental de ponderaciones, el IDH permite construir un ranking mundial del capital humano básico de los países.
En esta nota propongo que se construya también un IDH subjetivo, lo que permitiría comparar el ranking del IDH tradicional con las percepciones que tienen los individuos sobre sí mismos y sobre sus países en los mismos aspectos que cubre el IDH.
Un IDH subjetivo sería una forma sencilla de demostrar la utilidad y las limitaciones de la información subjetiva para medir el progreso de las sociedades. También contribuiría al debate público sobre las políticas públicas y sobre las aspiraciones de la gente en temas tan importantes como la educación y la salud. Pero me estoy adelantando demasiado, vamos por partes.
La idea original de un IDH subjetivo no es mía, se debe a Neri (2008). Marcelo Neri y su equipo construyeron un índice que combina diversos indicadores de opinión mediante técnicas econométricas. En el BID (2008), tomamos esa idea y desarrollamos un método más sencillo para crear dos indicadores subjetivos del IDH.
El primero de estos indicadores es el Índice de Desarrollo Humano Subjetivo Individual (IDHS-I), que tiene en cuenta qué proporción de la gente de cada país se declara satisfecha con su situación individual en materia de ingreso, educación y salud (los tres mismos dominios que componen el IDH original).
El segundo indicador es el Índice de Desarrollo Humano Subjetivo Social (IDHS-S), cuya diferencia con el anterior consiste en que se considera la satisfacción de la gente de cada país con las condiciones del país en los mismos tres dominios.
Bajo la metodología del IDH original, un país obtendría un puntaje perfecto (es decir, un valor de 1) si cumpliera cuatro requisitos: que su ingreso por habitante alcanzara los US$40.000 de paridad del poder adquisitivo (PPA), que no hubiese analfabetismo adulto, que existiera plena cobertura en los tres niveles del sistema educativo, y que la esperanza de vida al nacer hubiera alcanzado los 85 años.
En el caso del Índice de Desarrollo Humano Subjetivo en su versión individual, un país obtendría el máximo puntaje si todas las personas estuvieran satisfechas con las cosas que pueden comprar y hacer, se encontraran a gusto con la educación que reciben sus hijos o ellas mismas, y se declararan satisfechas con su salud. En su versión social, serían preguntas semejantes pero referidas a la situación del país, no a la situación personal. En la práctica, ningún país logra un puntaje perfecto en el IDH original ni en los índices subjetivos aquí propuestos. Los índices miden la distancia al puntaje perfecto y permiten hacer comparaciones tanto entre países como entre las distintas versiones del IDH.
El gráfico 1 presenta las dos versiones del Índice de Desarrollo Humano Subjetivo: en barras la versión individual y en puntos la versión social.[1] Tres países de América Latina (Costa Rica, Venezuela y Guatemala) alcanzan niveles de desarrollo humano subjetivo individual similares a los promedios de América del Norte o Europa Occidental. Las posiciones más bajas dentro de la región las ocupan Haití y Perú, seguidos luego por Chile, Trinidad y Tobago y Argentina.
La ubicación de varios de estos países según el IDHS-I contrasta con el ranking del IDH tradicional (que aparece a la derecha). El IDHS-I y el IDH para todos los países del mundo presentan una correlación del 55% (o del 41% entre la versión social del IDHS y el IDH tradicional). Por consiguiente, las versiones subjetivas del IDH no reflejan con exactitud el tradicional IDH basado en indicadores objetivos, aunque no están desvinculadas de éste.
Con la información de los índices subjetivos, es posible determinar si hay o no un calce entre los logros objetivos de un país y la percepción que las personas tienen de sí mismas. Haciendo un ejercicio estadístico de conglomerados (clusters), se encuentra que la mayoría de los países de la región está ubicada en el grupo de países en los que existe un calce cercano entre el desarrollo humano objetivo y el subjetivo individual. Pero hay unos países en los cuales las percepciones están rezagadas respecto de la realidad. Son los casos de Argentina, Chile, Perú, Trinidad y Tobago, países donde las percepciones de la gente son muy negativas frente a los logros de desarrollo humano efectivos. En forma cruda, puede decirse que la gente de estos países es demasiado crítica consigo misma.
De forma similar se puede analizar la versión social del IDHS. En todos los países de América Latina y el Caribe el desarrollo humano percibido es inferior al desarrollo humano objetivo, lo cual sugiere un sesgo cultural negativo común a la región en la forma de calificar los aspectos colectivos del desarrollo humano. Esta brecha es particularmente pronunciada en Chile, Guatemala, Paraguay, Perú y Trinidad y Tobago. Digamos que en estos países el público tiene una tendencia exagerada a criticar a los gobiernos.
Como lo sugiere este análisis, los IDH subjetivos no reflejan con precisión el IDH objetivo debido en gran medida a que los primeros están fuertemente influidos por las diferencias culturales de los países. Pero como es usual con las percepciones, aquéllas que se refieren a los aspectos individuales son más benignas que las referidas a la sociedad. En efecto, en el gráfico los puntos que representan el IDHS-S están siempre situados dentro de las barras que representan el IDHS-I.
Dado que los IDHS se basan en percepciones individuales, es posible calcular los índices para diferentes segmentos de la población. El gráfico 2 reporta los IDHS en sus dos versiones según los quintiles de ingreso de los individuos dentro de los países. El gradiente para la versión individual del IDHS es el normal (es decir, los pobres se sienten peor que los ricos), pero resulta notablemente plano para las desigualdades de ingresos que hay en nuestros países.
Más sorprendente aún: en la versión social del IDHS el gradiente es negativo, es decir que a los pobres les parecen mejores las políticas sociales que a los ricos. Este extraordinario resultado se debe a lo que en el estudio del BID hemos llamado la “paradoja de las aspiraciones”, que consiste en que los pobres tienen opiniones más benignas que los ricos en sus juicios sobre la sociedad.
En síntesis, los IDHS revelan muchas cosas que no podrían haberse deducido de la información objetiva. Muestran que, aunque las percepciones están influidas por la realidad, no son su reflejo directo, pues están sesgadas por patrones culturales y por tendencias a la autocomplacencia. También muestran que los pobres tienen juicios mucho más benignos que los ricos y que, incluso, califican mejor las políticas sociales que éstos.
Estos hallazgos no son una razón para descartar la información subjetiva, sino para apreciar su potencial y su significado. ¿Qué tan difícil es recoger la información subjetiva que requieren estos índices subjetivos? Facilísimo: los resultados que he presentado aquí vienen de encuestas (que hace Gallup cada año) a unas mil personas en cada país en las que se incluyen unas pocas preguntas de satisfacción (que se responden con sí o no) y una pregunta sobre el rango de ingresos de la familia.
Si estas sencillas preguntas se incluyeran en las encuestas de hogares que hacen los institutos de estadística con muestras mucho más grandes, podrían analizarse estos mismos temas con mayor detalle dentro de los países (es decir, entre regiones, entre grupos sociales por nivel de educación o por tipo de empleo, por ejemplo).
No me cabe la menor duda de que ésa sería información codiciada por políticos, analistas de mercado e incluso, algún día, por los gobiernos que se interesen en qué piensa la gente y no sólo en lo que dicen las estadísticas duras.
[1] Con base en encuestas de Gallup para el año 2007. Nótese que en el dominio de educación Gallup solo incluye la pregunta referente a la educación en su ciudad, no la referente a la educación propia o de los hijos. Por lo tanto, fu necesario usar la misma en las modalidades de nuestro IDH S.
Con base en indicadores sencillos sobre el ingreso, la salud y la educación, que están disponibles para prácticamente todos los países del mundo, y un sistema elemental de ponderaciones, el IDH permite construir un ranking mundial del capital humano básico de los países.
En esta nota propongo que se construya también un IDH subjetivo, lo que permitiría comparar el ranking del IDH tradicional con las percepciones que tienen los individuos sobre sí mismos y sobre sus países en los mismos aspectos que cubre el IDH.
Un IDH subjetivo sería una forma sencilla de demostrar la utilidad y las limitaciones de la información subjetiva para medir el progreso de las sociedades. También contribuiría al debate público sobre las políticas públicas y sobre las aspiraciones de la gente en temas tan importantes como la educación y la salud. Pero me estoy adelantando demasiado, vamos por partes.
La idea original de un IDH subjetivo no es mía, se debe a Neri (2008). Marcelo Neri y su equipo construyeron un índice que combina diversos indicadores de opinión mediante técnicas econométricas. En el BID (2008), tomamos esa idea y desarrollamos un método más sencillo para crear dos indicadores subjetivos del IDH.
El primero de estos indicadores es el Índice de Desarrollo Humano Subjetivo Individual (IDHS-I), que tiene en cuenta qué proporción de la gente de cada país se declara satisfecha con su situación individual en materia de ingreso, educación y salud (los tres mismos dominios que componen el IDH original).
El segundo indicador es el Índice de Desarrollo Humano Subjetivo Social (IDHS-S), cuya diferencia con el anterior consiste en que se considera la satisfacción de la gente de cada país con las condiciones del país en los mismos tres dominios.
Bajo la metodología del IDH original, un país obtendría un puntaje perfecto (es decir, un valor de 1) si cumpliera cuatro requisitos: que su ingreso por habitante alcanzara los US$40.000 de paridad del poder adquisitivo (PPA), que no hubiese analfabetismo adulto, que existiera plena cobertura en los tres niveles del sistema educativo, y que la esperanza de vida al nacer hubiera alcanzado los 85 años.
En el caso del Índice de Desarrollo Humano Subjetivo en su versión individual, un país obtendría el máximo puntaje si todas las personas estuvieran satisfechas con las cosas que pueden comprar y hacer, se encontraran a gusto con la educación que reciben sus hijos o ellas mismas, y se declararan satisfechas con su salud. En su versión social, serían preguntas semejantes pero referidas a la situación del país, no a la situación personal. En la práctica, ningún país logra un puntaje perfecto en el IDH original ni en los índices subjetivos aquí propuestos. Los índices miden la distancia al puntaje perfecto y permiten hacer comparaciones tanto entre países como entre las distintas versiones del IDH.
El gráfico 1 presenta las dos versiones del Índice de Desarrollo Humano Subjetivo: en barras la versión individual y en puntos la versión social.[1] Tres países de América Latina (Costa Rica, Venezuela y Guatemala) alcanzan niveles de desarrollo humano subjetivo individual similares a los promedios de América del Norte o Europa Occidental. Las posiciones más bajas dentro de la región las ocupan Haití y Perú, seguidos luego por Chile, Trinidad y Tobago y Argentina.
La ubicación de varios de estos países según el IDHS-I contrasta con el ranking del IDH tradicional (que aparece a la derecha). El IDHS-I y el IDH para todos los países del mundo presentan una correlación del 55% (o del 41% entre la versión social del IDHS y el IDH tradicional). Por consiguiente, las versiones subjetivas del IDH no reflejan con exactitud el tradicional IDH basado en indicadores objetivos, aunque no están desvinculadas de éste.
Con la información de los índices subjetivos, es posible determinar si hay o no un calce entre los logros objetivos de un país y la percepción que las personas tienen de sí mismas. Haciendo un ejercicio estadístico de conglomerados (clusters), se encuentra que la mayoría de los países de la región está ubicada en el grupo de países en los que existe un calce cercano entre el desarrollo humano objetivo y el subjetivo individual. Pero hay unos países en los cuales las percepciones están rezagadas respecto de la realidad. Son los casos de Argentina, Chile, Perú, Trinidad y Tobago, países donde las percepciones de la gente son muy negativas frente a los logros de desarrollo humano efectivos. En forma cruda, puede decirse que la gente de estos países es demasiado crítica consigo misma.
De forma similar se puede analizar la versión social del IDHS. En todos los países de América Latina y el Caribe el desarrollo humano percibido es inferior al desarrollo humano objetivo, lo cual sugiere un sesgo cultural negativo común a la región en la forma de calificar los aspectos colectivos del desarrollo humano. Esta brecha es particularmente pronunciada en Chile, Guatemala, Paraguay, Perú y Trinidad y Tobago. Digamos que en estos países el público tiene una tendencia exagerada a criticar a los gobiernos.
Como lo sugiere este análisis, los IDH subjetivos no reflejan con precisión el IDH objetivo debido en gran medida a que los primeros están fuertemente influidos por las diferencias culturales de los países. Pero como es usual con las percepciones, aquéllas que se refieren a los aspectos individuales son más benignas que las referidas a la sociedad. En efecto, en el gráfico los puntos que representan el IDHS-S están siempre situados dentro de las barras que representan el IDHS-I.
Dado que los IDHS se basan en percepciones individuales, es posible calcular los índices para diferentes segmentos de la población. El gráfico 2 reporta los IDHS en sus dos versiones según los quintiles de ingreso de los individuos dentro de los países. El gradiente para la versión individual del IDHS es el normal (es decir, los pobres se sienten peor que los ricos), pero resulta notablemente plano para las desigualdades de ingresos que hay en nuestros países.
Más sorprendente aún: en la versión social del IDHS el gradiente es negativo, es decir que a los pobres les parecen mejores las políticas sociales que a los ricos. Este extraordinario resultado se debe a lo que en el estudio del BID hemos llamado la “paradoja de las aspiraciones”, que consiste en que los pobres tienen opiniones más benignas que los ricos en sus juicios sobre la sociedad.
En síntesis, los IDHS revelan muchas cosas que no podrían haberse deducido de la información objetiva. Muestran que, aunque las percepciones están influidas por la realidad, no son su reflejo directo, pues están sesgadas por patrones culturales y por tendencias a la autocomplacencia. También muestran que los pobres tienen juicios mucho más benignos que los ricos y que, incluso, califican mejor las políticas sociales que éstos.
Estos hallazgos no son una razón para descartar la información subjetiva, sino para apreciar su potencial y su significado. ¿Qué tan difícil es recoger la información subjetiva que requieren estos índices subjetivos? Facilísimo: los resultados que he presentado aquí vienen de encuestas (que hace Gallup cada año) a unas mil personas en cada país en las que se incluyen unas pocas preguntas de satisfacción (que se responden con sí o no) y una pregunta sobre el rango de ingresos de la familia.
Si estas sencillas preguntas se incluyeran en las encuestas de hogares que hacen los institutos de estadística con muestras mucho más grandes, podrían analizarse estos mismos temas con mayor detalle dentro de los países (es decir, entre regiones, entre grupos sociales por nivel de educación o por tipo de empleo, por ejemplo).
No me cabe la menor duda de que ésa sería información codiciada por políticos, analistas de mercado e incluso, algún día, por los gobiernos que se interesen en qué piensa la gente y no sólo en lo que dicen las estadísticas duras.
[1] Con base en encuestas de Gallup para el año 2007. Nótese que en el dominio de educación Gallup solo incluye la pregunta referente a la educación en su ciudad, no la referente a la educación propia o de los hijos. Por lo tanto, fu necesario usar la misma en las modalidades de nuestro IDH S.
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